10 marzo 2012

Reflexiones políticas

Ya estamos otra vez de campaña electoral. Ya estamos de nuevo escuchando promesas de bondades. Vuelven los mítines en pabellones dirigidos solo a aquellos que ya están convencidos, llenando autobuses, agitando banderolas y aplaudiendo cuando lo pide el regidor. La oratoria tuvo mejores días. El discurso de cercanía entre el político y el pueblo al que representa se queda solo en palabras e intenciones. Les cuesta. Visitar una fábrica o un centro de día de la tercera edad y solo hablar tú no es escuchar a nadie. El otro día un político decía que los evangelistas no se predican entre ellos si no que intentan convencer al resto. Efectivamente, pero han olvidado que ellos también son pueblo porque hemos profesionalizado la labor del político. Entre ellos y entre nosotros. Parece que así es más fácil, ellos juegan a mejorar nuestras condiciones de vida como si fuéramos personajes de los sims, mientras nosotros preferimos que haya un jefe de todo esto al que poder culpar de cualquier mal, limpiar nuestras conciencias excusándonos en un ser superior que nos manda y nos oprime y sacudir nuestra responsabilidad de un manotazo al aire o un resoplido. Nos hemos acomodado y hemos puesto muchos granos de arena para hacer de este sistema algo más injusto. Tanto ellos como nosotros. ¿Es posible corregir estos caminos bifurcados que cada vez parecen alejarse más? Claro, es posible. No es necesario que montemos cada uno nuestro partido político. No creo que haya que afiliarse ni militar en los que ya existen. No considero necesario ni siquiera que tenga que ir a votar el que no desea hacerlo. Pero sí hace falta un poco de interés, ser permeable, valorar, criticar, concienciar, comprometerse de alguna manera. Es más fuerte la sociedad que se involucra, que se manifiesta ante las injusticias, que tiene criterio para saber cuándo se la están metiendo por detrás, que conoce las intenciones, que se une cuando hay un objetivo común. Si pasamos, si pensamos que no vale de nada nuestra aportación, si preferimos que lo hagan los demás, tenemos lo que nos merecemos. Hagamos, al menos, responsables a los políticos de sus actos.

08 marzo 2012

García-Margallo, como español y valenciano

Esta semana nuestro ministro de Asuntos Exteriores ha hecho que me plantee si soy o no una persona demasiado extremista a la hora de juzgar a la gente, porque entiendo que un político de su experiencia y con tantos bandazos en el campo diplomático no ha podido decir lo que yo interpreto que quería decir. Lo que pasa es que no encuentro tampoco otra explicación. Vale que a los periodistas se nos tacha de que sacamos las cosas de contexto, pero qué otra cosa puede entenderse de las palabras de García-Margallo que expongo seguidamente. "Yo, como español y como valenciano sé lo que hay que hacer en el Norte de África". No sé si estarán de acuerdo conmigo o con él, pero yo desde luego leo muchas segundas lineas que no me gustan un pelo. Primero, puedo comprender lo de español por la cercanía geográfica, aunque millones de españoles no entienden nada de lo que pasa unos kilómetros más abajo. Pero lo de valenciano, ¿estará pensando en el Cid? Igual tiene una explicación sostenida y sencilla que a mi se me escapa, pero, de verdad, me deja perplejo. De lo que sigue, ahí sí que me pierdo. Nuestro ministro de Exteriores sabe perfectamente lo que hay que hacer, y además delimita más los objetivos diciendo que es para que la "primavera árabe no se convierta en un invierno extremista". El oráculo de García-Margallo podía haber resuelto antes la situación entonces y ahorrar numerosas muertes. No sé si lo sabe ahora que ha tenido una revelación o lo sabía ya de antes, igual es  como Dios, que nos concede la libertad de que erremos por nosotros mismos. Probablemente siga en mi obcecación, pero yo lo que entiendo es una estrechez de miras de campeonato, una moralidad de ente superior y una arrogancia que rompe cualquier molde. ¿Quiere decir nuestro ministro de Exteriores que el avance de los partidos musulmanes está desviando a los ciudadanos norteafricanos del camino que él cree correcto? Esa es mi lectura. Pero digo yo, a lo mejor lo que es mejor para él o para España no es lo que ellos consideran que es mejor para ellos. Cabe la posibilidad de que voten pensando en su calidad de vida y no en la nuestra. ¿O no? Y ya sigo hilando preguntas. ¿Qué capacidad moral tenemos los españoles para decirle a quién qué es mejor para ellos, sobre todo cuando en nuestro antes de ayer histórico estábamos sometidos al nacionalcatolicismo, a un régimen autoritario, dictatorial y engalanado de fascismos?
Desde mi punto de vista, nuestra actuación debe limitarse a dar apoyo al cambio en los países que se encuentran en una transición histórica, pero basta ya de neocolonialismo arrogante y de verdades absolutas. Estas palabras del ministro me recuerdan a aquellas célebres declaraciones del ex presidente José María Aznar cuando con la cabeza bien alta escupía aquello de que él no creía en la multiculturalidad. Yo tampoco creía que un ignorante podía gobernar y poco a poco me voy dando cuenta de lo contrario.